Friday, February 24, 2006

Señora mía





Pedirte, señora, quiero
de mi silencio perdón,
si lo que ha sido atención
le hace parecer grosero.

Y no me podrás culpar
si hasta aquí mi proceder,
por ocuparse en querer,
se ha olvidado de explicar.

Que en mi amorosa pasión
no fue descuido, ni mengua,
quitar el uso a la lengua
por dárselo al corazón.

Ni de explicarme dejaba:
que, como la pasión mía
acá en el alma te veía,
acá en el alma te hablaba.

Y en esta idea notable
dichosamenta vivía,
porque en mi mano tenía
el fingirte favorable.

Con traza tan peregrina
vivió mi esperanza vana,
pues te pudo hacer humana
concibiéndote divina.

¡Oh, cuán loca llegué a verme
en tus dichosos amores,
que, aun fingidos, tus favores
pudieron enloquecerme!

¡Oh, cómo, en tu sol hermoso
mi ardiente afecto encendido,
por cebarse en lo lúcido,
olvidó lo peligroso!

Perdona, si atrevimiento
fue atreverme a tu ardor puro;
que no hay sagrado seguro
de culpas de pensamiento.

De esta manera engañaba
la loca esperanza mía,
y dentro de mí tenía
todo el bien que deseaba.

Mas ya tu precepto grave
rompe mi silencio mudo;
que él solamente ser pudo
de mi respeto la llave.

Y aunque el amar tu belleza
es delito sin disculpa
castígueseme la culpa
primero que la tibieza.

No quieras, pues, rigurosa,
que, estando ya declarada,
sea de veras desdichada
quien fue de burlas dichosa.

Si culpas mi desacato,
culpa también tu licencia;
que si es mala mi obediencia,
no fue justo tu mandato

Y si es culpable mi intento,
será mi afecto preciso,
porque es amarte un delito
de que nunca me arrepiento.

Esto en mis afectos hallo,
y más, que explicar no sé;
mas tú, de lo que callé,
inferirás lo que callo.


Sor Juana Inés de la Cruz

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